Los Balcanes están inmersos en una oleada de protestas. Desde Eslovenia a Bulgaria, la población ha salido a la calle para denunciar los abusos.
Los ciudadanos toman la palabra para exigir una nueva política.
Los ciudadanos toman la palabra para exigir una nueva política.
Al principio, eran sólo siete. ”Un amigo me pidió que cogiera el coche y me dirigiera al Parlamento. Queríamos que por una vez se escuchara nuestra voz”, recuerda Zlatko Abaspahić. Todos se enfrentaban al mismo problema: la imposibilidad de inscribir a sus recién nacidos en los registros, ya que el Parlamento era incapaz de adoptar una ley para permitirlo. Así se inició la revolución de los bebés este verano en Bosnia.
Armados con cochecitos de bebés, tambores y silbatos, llamaron al orden a sus políticos. Por la inscripción de los recién nacidos, pero también por asuntos de lo más diversos, como la falta de medios financieros concedidos a las universidades o los sueldos desorbitados de los diputados. ”Es la primera vez en veinte años que la gente expresa su angustia y muestra su descontento”, afirma Aldin Arnautović, otro manifestante desde los inicios de las protestas.
Los movimientos de protesta de este tipo se multiplican. En Croacia, en Rumanía o en Macedonia se celebran estas manifestaciones espontáneas. En Eslovenia, un primer ministro, un dirigente de la oposición y un alcalde se vieron obligados a dimitir el pasado invierno.
En Bulgaria, el Gobierno y un alcalde tiraron la toalla en primavera pero desde entonces en el país han estallado nuevas protestas de una magnitud que supera con creces a la de los demás movimientos que se han producido hasta ahora en los Balcanes. Desde hace cerca de dos meses, miles de personas bloquean cada día las calles cercanas al Parlamento en Sofía para exigir nuevas elecciones.
Políticos enraizados en pasado comunista
Como si no pasara nada, los diputados están de vacaciones, pero las manifestaciones prosiguen. Con el calor del sol naciente, el aire alrededor del Parlamento desierto se satura de transpiración y de la saliva que sale de los miles de silbatos. ”¡Que disfrutéis de las vacaciones!”, se lee en una pancarta, o ”El mes de agosto no os salvará”.
”Ahora constatamos hasta qué punto es difícil conseguir la caída de los comunistas”, señala Hristo Vodenov, refiriéndose a la clase política dominante que, desde la oposición al Gobierno, se encuentra profundamente enraizada en el pasado comunista, del que quieren deshacerse los manifestantes de una vez por todas.
Los motivos que impulsan a la gente a salir a la calle son siempre locales. En un momento concreto, la atención se centra en escándalos o en personas, pero rápidamente la protesta se extiende. Se desencadena una revuelta y los ciudadanos esperan más de ella.
Si bien los movimientos de protesta son locales, tienen muchos puntos en común. Srdja Popović, que se dio a conocer durante la revuelta popular en Serbia que obligó a Slobodan Milosević a dimitir, aconseja a movimientos similares. Habla del ”people's power” (el poder del pueblo): ”Estos movimientos, al igual que en Turquía y en Brasil, demuestran que las corrientes políticas dominantes han perdido su legitimidad y que la gente normal y creativa puede convertirse en importantes representantes”.
Exigiendo respeto
Armados con cochecitos de bebés, tambores y silbatos, llamaron al orden a sus políticos. Por la inscripción de los recién nacidos, pero también por asuntos de lo más diversos, como la falta de medios financieros concedidos a las universidades o los sueldos desorbitados de los diputados. ”Es la primera vez en veinte años que la gente expresa su angustia y muestra su descontento”, afirma Aldin Arnautović, otro manifestante desde los inicios de las protestas.
Los movimientos de protesta de este tipo se multiplican. En Croacia, en Rumanía o en Macedonia se celebran estas manifestaciones espontáneas. En Eslovenia, un primer ministro, un dirigente de la oposición y un alcalde se vieron obligados a dimitir el pasado invierno.
En Bulgaria, el Gobierno y un alcalde tiraron la toalla en primavera pero desde entonces en el país han estallado nuevas protestas de una magnitud que supera con creces a la de los demás movimientos que se han producido hasta ahora en los Balcanes. Desde hace cerca de dos meses, miles de personas bloquean cada día las calles cercanas al Parlamento en Sofía para exigir nuevas elecciones.
Políticos enraizados en pasado comunista
Como si no pasara nada, los diputados están de vacaciones, pero las manifestaciones prosiguen. Con el calor del sol naciente, el aire alrededor del Parlamento desierto se satura de transpiración y de la saliva que sale de los miles de silbatos. ”¡Que disfrutéis de las vacaciones!”, se lee en una pancarta, o ”El mes de agosto no os salvará”.
”Ahora constatamos hasta qué punto es difícil conseguir la caída de los comunistas”, señala Hristo Vodenov, refiriéndose a la clase política dominante que, desde la oposición al Gobierno, se encuentra profundamente enraizada en el pasado comunista, del que quieren deshacerse los manifestantes de una vez por todas.
Los motivos que impulsan a la gente a salir a la calle son siempre locales. En un momento concreto, la atención se centra en escándalos o en personas, pero rápidamente la protesta se extiende. Se desencadena una revuelta y los ciudadanos esperan más de ella.
Si bien los movimientos de protesta son locales, tienen muchos puntos en común. Srdja Popović, que se dio a conocer durante la revuelta popular en Serbia que obligó a Slobodan Milosević a dimitir, aconseja a movimientos similares. Habla del ”people's power” (el poder del pueblo): ”Estos movimientos, al igual que en Turquía y en Brasil, demuestran que las corrientes políticas dominantes han perdido su legitimidad y que la gente normal y creativa puede convertirse en importantes representantes”.
Exigiendo respeto
En todos los Balcanes se está poniendo en tela de juicio esa legitimidad de la clase política establecida. Los escándalos de corrupción y el cinismo político erosionan la confianza. Las promesas electorales se interpretan como chistes. Y en todos los países hay políticos que, aunque estén comprometidos con los asuntos del país, se aferran al poder.
Pero ¿qué quieren obtener los manifestantes? Está claro. Los militantes esperan más transparencia y un comportamiento responsable por parte de sus políticos. Exigen resultados concretos a cambio de sus impuestos y ante todo, respeto. Los políticos son los que deben servir a los ciudadanos y no al contrario.
Pero en pocos casos existe un programa concreto. A los manifestantes les une un rechazo ante las prácticas políticas dominantes. A veces sólo es algo superficial. ”No me gustan estas personas”, afirma un manifestante liberal en Croacia, con aires de suficiencia, señalando con el dedo a un grupo nacionalista que también está presente en la manifestación. ”Pero el Gobierno me desagrada aún más…”.
Mientras las manifestaciones interpelen al conjunto de la clase política dirigente, habrá unidad. A los partidos políticos que intentan unirse a los manifestantes se les expulsa con abucheos. ”No estamos aquí para sustituir al Gobierno actual con el siguiente”, es un eslogan muy escuchado.
De todos estos movimientos de protesta no ha surgido ningún líder. El que lo haya intentado rápidamente ha caído de su pedestal. Las personalidades destacadas en la organización intentan deshacerse lo más rápido posible del atributo de portavoz para que los demás manifestantes no les desacrediten. A menudo, las estrategias se debaten en sesiones plenarias. Cualquier manifestante puede dar un paso al frente para exponer su propia visión.
Esa ausencia de dirigente y de programa es al mismo tiempo la fuerza y la debilidad de estos movimientos de protesta. Gracias a este concepto, los movimientos pueden reunir a grandes grupos heterogéneos, pero significa que nadie toma la iniciativa para poner en práctica reformas de verdad. Se sospecha de la oposición oficial tanto como del Gobierno actual. Se forma una multitud de pequeños partidos que no logran generar confianza. Por consiguiente, las elecciones corren el riesgo de perder su función de motor del cambio.
En Bulgaria, según algunos sondeos, cerca de la mitad de la población apoya a los manifestantes. Podríamos concluir que esta misma mitad es la que normalmente no acude a las urnas. La aversión y la desconfianza están tan profundamente arraigadas que la “política” se considera un problema, no una solución.
Pero ¿qué quieren obtener los manifestantes? Está claro. Los militantes esperan más transparencia y un comportamiento responsable por parte de sus políticos. Exigen resultados concretos a cambio de sus impuestos y ante todo, respeto. Los políticos son los que deben servir a los ciudadanos y no al contrario.
Pero en pocos casos existe un programa concreto. A los manifestantes les une un rechazo ante las prácticas políticas dominantes. A veces sólo es algo superficial. ”No me gustan estas personas”, afirma un manifestante liberal en Croacia, con aires de suficiencia, señalando con el dedo a un grupo nacionalista que también está presente en la manifestación. ”Pero el Gobierno me desagrada aún más…”.
Mientras las manifestaciones interpelen al conjunto de la clase política dirigente, habrá unidad. A los partidos políticos que intentan unirse a los manifestantes se les expulsa con abucheos. ”No estamos aquí para sustituir al Gobierno actual con el siguiente”, es un eslogan muy escuchado.
De todos estos movimientos de protesta no ha surgido ningún líder. El que lo haya intentado rápidamente ha caído de su pedestal. Las personalidades destacadas en la organización intentan deshacerse lo más rápido posible del atributo de portavoz para que los demás manifestantes no les desacrediten. A menudo, las estrategias se debaten en sesiones plenarias. Cualquier manifestante puede dar un paso al frente para exponer su propia visión.
Esa ausencia de dirigente y de programa es al mismo tiempo la fuerza y la debilidad de estos movimientos de protesta. Gracias a este concepto, los movimientos pueden reunir a grandes grupos heterogéneos, pero significa que nadie toma la iniciativa para poner en práctica reformas de verdad. Se sospecha de la oposición oficial tanto como del Gobierno actual. Se forma una multitud de pequeños partidos que no logran generar confianza. Por consiguiente, las elecciones corren el riesgo de perder su función de motor del cambio.
En Bulgaria, según algunos sondeos, cerca de la mitad de la población apoya a los manifestantes. Podríamos concluir que esta misma mitad es la que normalmente no acude a las urnas. La aversión y la desconfianza están tan profundamente arraigadas que la “política” se considera un problema, no una solución.
Interacción indispensable
Por consiguiente, los Gobiernos lo que hacen es intentar mantenerse en pie en medio de la tormenta. En Eslovenia, el primer ministro Janez Janša, se mantuvo en el poder durante más de un mes cuando todo el mundo afirmaba que su carrera había acabado. En Bosnia, el Parlamento decidió decretar un periodo de vacaciones, con la esperanza de que las manifestaciones a final terminaran. En Bulgaria, el primer ministro Plamen Orecharski no quiere oír hablar de nuevas elecciones. Optando tanto por la negación como por la aplicación de medidas populistas, como el aumento de las pensiones y los subsidios familiares, se esfuerza por calmar las tensiones.
Al no tener objetivos concretos, es muy difícil saber si la oleada de protesta popular ha sido un éxito. Pero puede que ya haya producido resultados. ”Al menos, hemos acabado con la apatía y hemos demostrado que podemos conseguir algo juntos”, afirma Arnautović en Sarajevo. ”Aunque el movimiento se hundiera ahora, de él podrían surgir nuevos grupos”.
El centro CANVAS de Belgrado para una acción y una estrategia aplicada no violentas, está especializado en la teoría del poder popular. Este centro publica libros, organiza conferencias y aconseja a los movimientos de protesta. Su fundador, Srdja Popovic, ve en la oleada actual de manifestaciones que se está produciendo en los Balcanes un vínculo estrecho con lo que sucede en Brasil o en Turquía: ”Los ciudadanos aprenden a recordar a sus políticos su responsabilidad”.
Una interacción con estos políticos será indispensable. ¿Acaso los manifestantes tienen una visión clara y pueden instaurar una disciplina? Por su parte, ¿pueden los políticos llegar a entenderse con los manifestantes sobre valores comunes, o les consideran como traidores y terroristas, al igual que primer ministro turco Recep Tayyip Erdoğan?
En este sentido, la revuelta eslovena parece de momento la de mayor éxito: los políticos sospechosos han desaparecido de la escena política, mientras que el nuevo Gobierno es consciente de que se encuentra bajo la vigilancia de la población. En los próximos meses comprobaremos si los movimientos de protesta de otros países pueden también lograr un resultado similar.
Por consiguiente, los Gobiernos lo que hacen es intentar mantenerse en pie en medio de la tormenta. En Eslovenia, el primer ministro Janez Janša, se mantuvo en el poder durante más de un mes cuando todo el mundo afirmaba que su carrera había acabado. En Bosnia, el Parlamento decidió decretar un periodo de vacaciones, con la esperanza de que las manifestaciones a final terminaran. En Bulgaria, el primer ministro Plamen Orecharski no quiere oír hablar de nuevas elecciones. Optando tanto por la negación como por la aplicación de medidas populistas, como el aumento de las pensiones y los subsidios familiares, se esfuerza por calmar las tensiones.
Al no tener objetivos concretos, es muy difícil saber si la oleada de protesta popular ha sido un éxito. Pero puede que ya haya producido resultados. ”Al menos, hemos acabado con la apatía y hemos demostrado que podemos conseguir algo juntos”, afirma Arnautović en Sarajevo. ”Aunque el movimiento se hundiera ahora, de él podrían surgir nuevos grupos”.
El centro CANVAS de Belgrado para una acción y una estrategia aplicada no violentas, está especializado en la teoría del poder popular. Este centro publica libros, organiza conferencias y aconseja a los movimientos de protesta. Su fundador, Srdja Popovic, ve en la oleada actual de manifestaciones que se está produciendo en los Balcanes un vínculo estrecho con lo que sucede en Brasil o en Turquía: ”Los ciudadanos aprenden a recordar a sus políticos su responsabilidad”.
Una interacción con estos políticos será indispensable. ¿Acaso los manifestantes tienen una visión clara y pueden instaurar una disciplina? Por su parte, ¿pueden los políticos llegar a entenderse con los manifestantes sobre valores comunes, o les consideran como traidores y terroristas, al igual que primer ministro turco Recep Tayyip Erdoğan?
En este sentido, la revuelta eslovena parece de momento la de mayor éxito: los políticos sospechosos han desaparecido de la escena política, mientras que el nuevo Gobierno es consciente de que se encuentra bajo la vigilancia de la población. En los próximos meses comprobaremos si los movimientos de protesta de otros países pueden también lograr un resultado similar.
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