Estados Unidos ha desviado toda su atención hacia la emergente Asia, donde cuenta con posiciones industriales que debe garantizar y una potencia competidora, China, a la que debe poner freno antes de que imponga su dominio a sus vecinos
Shooty
Independientemente de quién sea el próximo inquilino de la Casa Blanca en los próximos cuatro años, Europa debe aceptar esta realidad: ya no es una prioridad estratégica para Estados Unidos. Por lo tanto, debe reforzar su defensa común y llevar a cabo una diplomacia voluntarista hacia Rusia y el Mediterráneo, tal y como asegura un editorialista francés.
Mitt Romney o Barack Obama: sea quien sea el elegido el 6 de noviembre, el próximo presidente estadounidense pensará en el Pacífico y no en el Atlántico, en Asia y no en Europa y prueba de ello es que, durante su debate sobre política exterior, ninguno de los dos candidatos mencionó a Europa ni a la OTAN, una aliada y una alianza en las que se ha basado toda la diplomacia estadounidense desde hace unas siete décadas.
Puesto que Europa ya no le plantea problemas estratégicos desde el hundimiento soviético y ya no ofrece ningún nuevo mercado que conquistar, Estados Unidos ha desviado toda su atención hacia la emergente Asia, donde cuenta con posiciones industriales que debe garantizar y una potencia competidora, China, a la que debe poner freno antes de que imponga su dominio a sus vecinos y rivales en este Nuevo Mundo.
Esto no significa que vayan a desaparecer los signos de solidaridad de la noche a la mañana entre las dos orillas del Atlántico. Como es evidente, se mantendrá un vínculo privilegiado, pero será menor, porque Estados Unidos y la Unión Europea tendrán otras prioridades que no será mantener dicha conexión.
En el caso de Estados Unidos, su prioridad será ante todo construir ante Asia un frente compuesto por las dos Américas, unificándolas en un mercado común que se extenderá desde Argentina hasta Alaska y enfrentarse a China con un refuerzo de sus alianzas con Japón, el sudeste asiático y si es posible, con India. La inflación de los presupuestos militares asiáticos, la redistribución de las fuerzas estadounidenses hacia el Pacífico y el pulso chino-japonés alrededor de los islotes inhabitados pero disputados ya anuncian grandes maniobras.
El nuevo siglo comenzó en el Pacífico y se inicia paralelamente en Euroáfrica, alrededor de ese lago común que es el Mediterráneo.
Rusia experimenta una recesión bajo el mando de Vladimir Putin, que sueña con acercarse a China para poder consolidar su dictadura lejos de la democracia europea, pero este proyecto no tiene futuro. Rusia necesita a Europa para impedir que la mano de obra y los comerciantes chinos prosigan su creciente anexión de Siberia. Las nuevas clases medias urbanas rusas miran hacia Europa y no hacia Asia. La Unión debe ofrecer un horizonte democrático a Rusia, proponiéndole un anclaje europeo al que pueda recurrir cuando sea patente su atolladero actual, al igual que debería hacer con África y Oriente Próximo.
Si Europa quiere estabilizar la otra orilla del Mediterráneo, si quiere participar en el creciente despertar de África y ser testigo de los primeros pasos de la democracia árabe, si quiere abrirse camino en los mercados, detener la inmigración ilegal y definitivamente pasar la página del yihadismo, tiene que invertir en el Magreb, en el Máshreq y en el África subsahariana, hacer que se vinculen a ella, convirtiendo a estas regiones en socios económicos a largo plazo. Al igual que con Rusia, debe construir las bases de un destino común que además es más evidente que el vínculo con China, cuya estabilidad no está asegurada.
Puesto que Europa ya no le plantea problemas estratégicos desde el hundimiento soviético y ya no ofrece ningún nuevo mercado que conquistar, Estados Unidos ha desviado toda su atención hacia la emergente Asia, donde cuenta con posiciones industriales que debe garantizar y una potencia competidora, China, a la que debe poner freno antes de que imponga su dominio a sus vecinos y rivales en este Nuevo Mundo.
Lucha de titanes
Ahora que la URSS es historia, Estados Unidos y China libran una lucha de titanes. Dominará este siglo y modificará la geografía política, pues ya no habrá un Occidente por un lado y por otro el Atlántico, sino que existirá, por un lado Estados Unidos y Asia y, por otro, Europa y sus mercados orientales y meridionales, dos grandes zonas en busca de equilibrios internos que tardarán mucho tiempo en encontrarse.Esto no significa que vayan a desaparecer los signos de solidaridad de la noche a la mañana entre las dos orillas del Atlántico. Como es evidente, se mantendrá un vínculo privilegiado, pero será menor, porque Estados Unidos y la Unión Europea tendrán otras prioridades que no será mantener dicha conexión.
En el caso de Estados Unidos, su prioridad será ante todo construir ante Asia un frente compuesto por las dos Américas, unificándolas en un mercado común que se extenderá desde Argentina hasta Alaska y enfrentarse a China con un refuerzo de sus alianzas con Japón, el sudeste asiático y si es posible, con India. La inflación de los presupuestos militares asiáticos, la redistribución de las fuerzas estadounidenses hacia el Pacífico y el pulso chino-japonés alrededor de los islotes inhabitados pero disputados ya anuncian grandes maniobras.
El nuevo siglo comenzó en el Pacífico y se inicia paralelamente en Euroáfrica, alrededor de ese lago común que es el Mediterráneo.
Sentar las bases de un destino común
Lo quiera o no, lo acepte o no, la Unión Europea ya no puede contar a largo plazo con la protección militar de Estados Unidos. No sólo deberá tendrá que dotarse finalmente de una defensa común, sino que ahora será responsable de garantizar la estabilidad en sus fronteras, sabiendo entablar enlaces sólidos con Rusia, África y Oriente Próximo, sus tres grandes vecinos cuyas mutaciones no puede obviar y que en cualquier caso se encuentran más cerca de ella que Estados Unidos.Rusia experimenta una recesión bajo el mando de Vladimir Putin, que sueña con acercarse a China para poder consolidar su dictadura lejos de la democracia europea, pero este proyecto no tiene futuro. Rusia necesita a Europa para impedir que la mano de obra y los comerciantes chinos prosigan su creciente anexión de Siberia. Las nuevas clases medias urbanas rusas miran hacia Europa y no hacia Asia. La Unión debe ofrecer un horizonte democrático a Rusia, proponiéndole un anclaje europeo al que pueda recurrir cuando sea patente su atolladero actual, al igual que debería hacer con África y Oriente Próximo.
Si Europa quiere estabilizar la otra orilla del Mediterráneo, si quiere participar en el creciente despertar de África y ser testigo de los primeros pasos de la democracia árabe, si quiere abrirse camino en los mercados, detener la inmigración ilegal y definitivamente pasar la página del yihadismo, tiene que invertir en el Magreb, en el Máshreq y en el África subsahariana, hacer que se vinculen a ella, convirtiendo a estas regiones en socios económicos a largo plazo. Al igual que con Rusia, debe construir las bases de un destino común que además es más evidente que el vínculo con China, cuya estabilidad no está asegurada.
Ahí es donde se jugará el futuro de Europa, del mismo modo que el de Estados Unidos se jugará en Asia.
Presseurop (español)
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