Los Veintisiete han conseguido superar el antagonismo entre "virtuosos" y "derrochadores" y han dado un paso adelante en la integración económica, al aceptar debatir las inversiones comunes y los eurobonos en la cumbre extraordinaria del 23 de mayo. 

En la Unión, existe una gran diferencia entre una cumbre y una cumbre informal. Se supone que en la cumbre se deben tomar decisiones, mientras que una cumbre informal, como la de ayer por la noche, tan sólo tiene como fin establecer las relaciones de fuerza entre las tesis presentes y esbozar los compromisos que son la esencia misma de la Unión.
Eso es precisamente lo que sucedió ayer, en las aproximadamente seis horas de debate. François Hollande movió sus peones ante la canciller alemana que, por su parte, repitió que "los eurobonos no contribuyen al crecimiento". Apoyada por varios países, entre los que figuran Suecia, Finlandia y Países Bajos, Merkel reiteró su oposición a la idea defendida por Francia de mutualizar los préstamos de los Estados miembros para que todos se beneficien, al ofrecer su garantía común, de tipos iguales e inferiores a los que se imponen hoy a los miembros más débiles.
Puesto que esta idea no contaba con un apoyo unánime, no podía aceptarse y, tal y como estaba previsto, así ha sido… Pero las cosas han cambiado en gran medida. Además de que han surgido sólidas convergencias sobre la necesidad de inversiones comunes, en primer lugar se confirmó algo nuevo y es que los eurobonos contaban con el favor de la mayoría de los países de la Unión, incluida Gran Bretaña, que normalmente bloquea todo lo que pueda desembocar en una mayor integración de las políticas europeas.

Un auténtico debate pragmático

El debate ya no coincide con las líneas de división habituales entre Gobiernos liberales y socialdemócratas o los defensores de la Europa de las naciones y los abogados del federalismo. Se trata de un auténtico debate, perfectamente pragmático, sobre los mejores medios de reactivar el crecimiento al mismo tiempo que se restablecen los equilibrios presupuestarios, "un debate equilibrado", en opinión de Merkel, y cuyo resultado ha sido el establecimiento de una hoja de ruta.
Al presidente del Consejo, Herman Van Rompuy, se le ha encomendado la tarea de presentar en la cumbre del 28 de junio un informe sobre las etapas de la "profundización de la Unión monetaria" y, en especial, sobre "los eurobonos en una perspectiva a largo plazo, una supervisión de los bancos más integrada y un esquema común de garantías de los depósitos bancarios".
Lejos de pelearse entre sí, los europeos parecen estar dispuestos a avanzar hacia una mayor integración económica y a inscribir la cuestión de los eurobonos en este paso. El muy discreto y hábil Van Rompuy tiene cinco semanas para redactar todo esto y superar la oposición entre los que ya no admiten que los países más frágiles no tengan un céntimo para invertir en su crecimiento porque deben financiarse a unos tipos de interés insostenibles y los que, como Merkel, temen que estos países relajen sus esfuerzos de reducción de la deuda en cuanto puedan pedir préstamos con mejores condiciones.
Entre estas dos posturas, el único compromiso posible era establecer reglas comunes más amplias y llevar más lejos la integración. Es lo que han decidido intentar los europeos y si lo consiguen, la Unión habrá progresado mucho, con la espalda contra la pared, como siempre.